Sunday, December 03, 2006

Memoria a futuro

Nosotros fuimos gatopardos
y leones: nuestros sucesores
serán chacales y hienas.
G.T. Di Lampedusa, El Gatopardo


En el prólogo a El misterio de la mafia (La vie quotidienne de la mafia de 1950 à nos jours), de Fabrizio Calvi (Gedisa, Barcelona, 1987), Leonardo Sciascia define a la mafia como “una asociación de delincuentes fundada para el enriquecimiento ilícito de sus miembros, que por medio de la violencia se erige en intermediario parasitario entre la propiedad y el trabajo, entre la producción y el consumo, entre el ciudadano y el Estado”.
Para el historiador inglés, Eric J. Hobsbawm, en Rebeldes primitivos, la mafia fue “una forma primitiva de rebeldía social”, pero con el paso del tiempo se ha transformado y ha sicilianizado al mundo reproduciéndose en un “poder invisible”.
En dos de sus novelas más célebres, El día de la lechuza y A cada quien lo suyo, Leonardo Sciascia ilustró como nadie el fenómeno de la mafia. Pero lo que finalmente tuvo que decir al respecto, su última palabra sobre la mafia, desde la rural o tradicional hasta la implicada en el narcotráfico, fue recogido en A futura memoria (se la memoria ha un futuro), publicado dos meses antes de su muerte en noviembre de 1989.
En sus páginas se incluyen todos los artículos que publicó en los periódicos italianos (desde octubre de 1979 hasta noviembre de 1988) sobre la mafia y la lucha del Estado contra la mafia a través de una comisión: la mafia de los años ochenta, la mafia contemporánea.
Su crítica –no compartida por todos— apunta a los jueces y los procuradores que han hecho de su trabajo, de su cruzada contra la mafia, una productiva carrera política. Sobre este asunto destacan sus polémicas, especialmente la que generó un artículo suyo del 10 de enero de 1987 en Il Corriere della Sera: “Los profesionales de la antimafia”. Más que para exterminar a la mafia, el gobierno italiano de la Democracia Cristiana se ha preocupado por lavar su imagen, ya demasiado difundida, proveniente de una simbiosis entre el poder legal estatal y el poder extralegal de los grupos mafiosos y relacionados con funcionarios, banqueros, financieros. “El problema se asumió por las instituciones como lucha finalmente abierta y frontal contra la mafia, pero también como lucha por el poder dentro de las mismas instituciones y los partidos políticos.”
Al comentar un libro de Christopher Duggan traducido al italiano, La mafia durante il fascismo, Sciascia recordó la actuación del prefecto Cesare Mori enviado a Sicilia por Mussolini para combatir a la mafia.
Al gobierno fascista de 1927 le interesaba copar a la mafia siciliana, impedirle que opusiera al poder del Estado otro poder. La acción represiva del prefecto Mori empezó desde luego a tener éxito: contaba con el monopolio de la violencia estatal. Muchos sicilianos fueron arrestados por el delito de “asociación para delinquir”. Pero ya en los tiempos de Mori la lucha contra la mafia era manipulada políticamente. Por ejemplo, el prefecto no hizo ningún arresto en la provincia de Agrigento porque en el fondo había un juego: apoyar a una facción fascista conservadora en contra de otra que podría decirse progresista. La antimafia fue entonces instrumento de una facción, al interior del fascismo, para afianzar un poder único, incuestionable, indiscutible.
Para Sciascia las mesas redondas, los artículos editoriales, las polémicas o los debates sobre la mafia y los derechos humanos, en un país donde la retórica y la falsificación es el pan nuestro de cada día, sirven para dar la impresión de que se está haciendo algo, especialmente cuando en concreto nada se hace (al menos hasta 1992).
Lo que causó indignación y polémica en los medios judiciales y políticos italianos fue que Sciascia escribiera en Il Corriere della Sera que en Sicilia nada vale más para hacer carrera en la magistratura que haber participado como juez o procurador en procesos de carácter mafioso. Pero si sobre este requisito se juzga la profesionalidad de los procuradores y los jueces, planteaba Sciascia, ¿cómo se mide esta competencia? ¿Por el número de órdenes de aprehensión o por el éxito de las consignaciones? Porque lo cierto es que en Italia, por muchas aprehensiones que haya promovido la Comisión Antimafia, al menos hasta 1993 habían sido pocas las consignaciones y las sentencias.
Sciascia comprobó que para el nombramiento de un procurador de la República en Marsala se tomó en consideración su “competencia profesional en el sector de la delincuencia organizada en general y en la de carácter mafioso en particular”.
Después de haber escrito su primer libro sobre la mafia, El día de la lechuza (tal vez su novela más importante), donde describía el tránsito de la criminalidad rural a la mafia internacional de la droga, Sciascia se sentía a veces condenado a repetir las mismas cosas. Por eso no se le pudo acusar de incoherencia.
“Siempre he tenido la obsesión del derecho, porque asistí en mi infancia a las represiones del prefecto Mori.”
Así, en A futura memoria, refrenda que
la democracia no es impotente para combatir a la mafia. O mejor: nada hay en su sistema, en sus principios, que necesariamente la lleven a no poder combatir a la mafia, a imponerle una convivencia con la mafia. Tiene por el contrario entre las manos el instrumento que la tiranía no tiene: el derecho, las leyes iguales para todos, la balanza de la justicia.
Sin embargo, después de la muerte de Sciascia en 1989 y de los abogados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino en 1992, el Estado italiano tuvo que acelerar su lucha contra la mafia en Sicilia enviando a efectivos militares y aprehendiendo a capos tan importantes como Salvatore Riina y Nito Santapaola en 1993.


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